El otro,
Armando Laborde, un excelente cantor de grandes condiciones innatas,
afinado y con un timbre agradable,
del que muchos se han preguntado qué hubiera pasado
si este hubiera intervenido en otras orquestas,
más elaboradas y de ritmo más pausado.
Pero lo cierto es que el ritmo de D´arienzo lo atrapó
y en esto tuvo mucho que ver el éxito de la orquesta y la buena paga.
Hasta tal punto que en dos oportunidades se retiró
para buscar otros rumbos y regresó.
Sus retornos a la orquesta fueron acogidos con beneplácito
ya que cantor y director se necesitaban mutuamente.
«El maestro me dijo: "Se tiene que aprender dos temas, se va a la casa de Juancito Díaz (pianista) y ensayan hasta que los saque".»
«Era fin de año y casi sin tiempo para ensayar con la orquesta grabé mis dos primeros temas, me temblaban las piernas.»
Una noche que regresábamos en el ómnibus,
desde el Hotel Carrasco al centro de Montevideo,
a D'Arienzo se le ocurre preguntarle al conductor cómo se llamaba:
«¿Yo señor D'Arienzo?»
«¡Sí, usted!”. Con ese vozarrón tan ronco, tan suyo.»
«Yo me llamo Armando Laborde.»
«Ya está, ese es tu nombre.»
«Y así nació mi nombre artístico.»